Por Alfredo Facchini, Roma, 26 de abril de 2025
No fue el funeral del Papa Francisco. Fue el funeral de la vergüenza.
Más que una ceremonia solemne: hoy en San Pietro se organizó el mayor circo de indecencia de las últimas décadas. Un desfile de gente no representable, una reunión global de tumbas blanqueadas, un festival mundial de caras de bronce.
Saludar a Francesco –el Papa que ignoraron, opusieron, insultaron – fue la habitual fraternidad sagrada de los fariseos y sasilleurs de doble pecho: Meloni, y toda la compañía de ventura del gobierno italiano, aquellos que van a darse la mano a los carniceros sin pestañear.
Para surcar la pasarela de la vergüenza también han llegado los campeones internacionales: Ursula von der Leyen, la diosa de la guerra, Donald Trump, la quebrada.
Sin embargo, la obra maestra le toca a Javier Milei, el liberista aullador, el argentino que hasta ayer calificaba al Papa Francisco de «idiota», «usurpador de la casa de Dios», «sierviente de Satanás». Hoy, aquí está: rosario en mano, cara triste, llorando «querido amigo Jorge» frente a todas las cámaras del planeta.
Más que hipocresía: aquí presenciamos un triple salto carpiado en la prehistoria moral. Una regresión tan descarada que hace que la época medieval parezca una era iluminada.
Sin vergüenza. Sin vergüenza. Solo la gran e imparable mentira organizada. Donde la muerte ya no es luto, sino un selfie colectivo gigante para gastar en visibilidad.
Al final, incluso la memoria – como todo lo demás – es ahora un producto consumible: desechable.
Hoy en San Pedro enterraron la decencia.