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Por si la narrativa no era lo suficientemente entretenida, el presidente ha decidido añadir un toque de tensión internacional a la trama. Peleándose con los gobiernos de México y Colombia, se ha asegurado de que no tengamos a quién recurrir para algún apoyo energético de emergencia. Es como si estuviera jugando al ajedrez, pero con la estrategia de perder todas las piezas y luego esperar que el oponente se canse y abandone la partida. ¿Y el resultado? El país en jaque, con las luces titilando y las industrias rezando para que la próxima ronda de cortes no las deje fuera del juego.
Por supuesto, no podemos olvidar la joya de la corona: Coca Codo Sinclair, ese proyecto hidroeléctrico tan criticado por sobreprecios y supuestos daños, que ahora es el que nos mantiene con algo de luz. Qué ironía, ¿no? El gobierno, que tanto insistió en que era un desastre técnico y financiero, ahora depende de él para que el país no caiga en la completa oscuridad. Es como si después de decirnos que el barco se hunde, nos pidieran quedarnos a bordo porque, bueno, no tienen botes.
Y mientras la incertidumbre energética va en aumento, las soluciones del gobierno se vuelven cada vez más creativas. Trataron de calmar los reclamos reduciendo los cortes de energía, pero eso solo logró que la represa de Mazar llegara a niveles mínimos históricos, arriesgando el colapso del sistema eléctrico. Y es que, ¿quién necesita un plan coherente de administración de recursos cuando se puede actuar por impulsos y luego ver qué pasa? La improvisación ha sido tan audaz que hasta se culpó de la crisis a un árbol caído y, en un giro más sorprendente aún, a una zarigüeya. La imaginación no tiene límites, pero la capacidad para resolver problemas sí parece tenerlos.
El punto culminante de esta tragicomedia ocurrió cuando, en lugar de presentar soluciones concretas para enfrentar la crisis energética, el presidente anunció que el gobierno se centraría en la destrucción de cultivos de coca y la lucha contra la minería ilegal. No es que estas medidas sean irrelevantes, pero en un país que lidia con apagones continuos, quizás sería más urgente hablar sobre cómo mantener las luces encendidas. No es fácil seguir el hilo lógico de un gobierno que parece más preocupado por distraer que por solucionar.
Por si fuera poco, el reciente cambio en el gabinete dejó a la ministra del Ambiente a cargo del Ministerio de Energía, mientras el exministro abandonaba el barco justo en medio de la tormenta. Es un cambio que sugiere que, para este gobierno, la gestión energética es tan sencilla que cualquiera puede hacerlo, incluso si su especialidad es proteger el ecosistema y no gestionar.
Para coronar esta serie de decisiones desconcertantes, se modificó la ley para convocar un nuevo proceso de concesión de frecuencias. Por supuesto, esto no tiene nada que ver con ejercer presión sobre los medios de comunicación en un contexto electoral. Es simplemente otra coincidencia más, como las barcazas ineficaces, los árboles culpables y los decretos.
Así nos encontramos, en la oscura realidad de una crisis energética inducida, con un gobierno que, en lugar de iluminar el camino, se ha convertido en el principal arquitecto de las sombras. Quizás sea hora de aceptar que, mientras siguen prometiendo milagros sin esfuerzo, la única chispa que veremos será la de nuestra indignación. Porque, al final del día, la verdadera pregunta no es cuándo se solucionará la crisis energética, sino cuántas más excusas creativas podremos escuchar antes de que alguien decida encender la luz.