Por Pedro Cornejo Calderón

Desde la traición política de Lenin Moreno hasta la actual administración de Daniel Noboa, el país ha vivido un deterioro sistemático. Los logros sociales y económicos de años anteriores han sido descalificados como “elefantes blancos” o “productos de la corrupción”.

Esta narrativa, repetida hasta el cansancio por los gobiernos de Moreno, Lasso y Noboa, ha servido para justificar la desinstitucionalización, la subordinación al Fondo Monetario Internacional y el distanciamiento de proyectos de integración regional.

El modelo neoliberal no solo se ha profundizado, sino que ha adquirido tintes autoritarios y represivos. En nombre de combatir la inseguridad, el país ha sido sumido en estados de excepción que violan derechos fundamentales y militarizan vastas regiones. La ceguera colectiva ha impedido cuestionar estas medidas, normalizando la pérdida de derechos y bienestar.

La prensa ha abandonado su función informativa pasando a ser un engranaje del ejercicio del poder desordenador de las subjetividades colectivas, sembrando angustia, miedo, temor y criminalizando la protesta social.

Solo entendiendo esta realidad, puede comprenderse que un gobierno luego de un año de funciones tenga presente los mismos problemas de la campaña electoral sin resolverlos.

El miedo una herramienta de control social

La crisis económica, energética y de seguridad no ha sido enfrentada de manera efectiva, sino utilizada como herramienta para sembrar desesperanza y temor. El discurso gubernamental, amplificado por una prensa cómplice, vincula la lucha contra la delincuencia con un supuesto combate al narcotráfico, mientras en la práctica se evidencia complicidad con ciertas bandas criminales. Este doble juego legitima el uso desmedido de la fuerza y perpetúa la violencia estatal.

La narrativa oficial promueve la idea de que el país necesita renunciar derechos para mejorar, y la población, aterrorizada, lo acepta. La represión ideológica se impone a través de los medios, que no solo han abandonado su rol informativo, sino que han pasado a ser un engranaje del poder, desorientando a la ciudadanía y desactivando la protesta.

Una epidemia social, la ceguera y el odio

Ecuador atraviesa una fractura profunda, marcada por la ceguera y el odio. La sociedad se encuentra dividida, incapaz de reconocer el valor de la solidaridad y el amor como pilares de reconstrucción social. La búsqueda desesperada por sobrevivir, incluso a costa del prójimo, ha generado un estado de insensibilidad ante las injusticias y crueldades diarias.

El relato gubernamental que presenta a Noboa como un líder joven y comprometido, ha logrado calar en una población desgastada por el miedo. Incluso episodios tan graves como el asalto a la embajada de México para capturar a Jorge Glas son aceptados o minimizados, evidenciando una alarmante normalización del autoritarismo.

Recuperar la visión, un llamado urgente

La ceguera no solo es un síntoma, sino una advertencia. Si la sociedad ecuatoriana no es capaz de reconocer el daño que sufre, el colapso será inevitable. El neoliberalismo, lejos de resolver los problemas estructurales, ha exacerbado las desigualdades, profundizado la corrupción y minado la democracia.

Es urgente que el país despierte de esta “ceguera blanca”, recupere la capacidad de ver y cuestionar, y actúe para reconstruir la institucionalidad, la justicia y el tejido social. Solo a través de la solidaridad, el respeto a los derechos humanos y el fortalecimiento de los valores democráticos, el Ecuador podrá escapar del laberinto de miedo y odio en el que está sumido.

Un fenómeno de ceguera y odio recorre el país y quienes lo padecen intentar sobrevivir a cualquier precio, aun cuando se provoque un colapso social.

La sociedad es incapaz de comprender que su tejido social está roto, que está desarticulada y es incapaz de expresar amor y solidaridad. Esta “ceguera blanca” divide a la sociedad hasta el punto de que cualquier acto por más cruel que sea, está dispuesta a aceptarla con tal de sobrevivir.

La sociedad ecuatoriana enfrenta una prueba histórica: decide si continúa atrapada en esta “ceguera blanca” o si despierta y recupera la claridad necesaria para exigir justicia y dignidad. La resignación ante el abuso y la manipulación no puede convertirse en regla.

Es fundamental reconstruir los cimientos de la democracia, restaurar la confianza en las instituciones y reconocer que el camino de los derechos no puede ser negociado en nombre del miedo. La única forma de superar esta crisis es reactivar la empatía colectiva, defender la verdad y asumir que, sin justicia social, no hay reconciliación.

El Ecuador todavía puede salir de esta oscuridad disfrazada de luz. Pero para que eso suceda, debe comenzar por un acto colectivo de valentía: abrir los ojos y tomar conciencia de su realidad.

El próximo febrero, medita y decídete por un voto útil, de esperanza, de dignidad, de derechos, de justicia, vota por recuperar la Patria. Pero si prefieren el mundo de la oscuridad y la actitud genuflexa, bien pueden.

La ceguera social, puede ser curada.

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