Por Pedro Cornejo Calderón
1. El pasado de vuelta
La historia no se repite como calco, pero sí como advertencia. Lo que hoy presenciamos en el país –una concentración progresiva del poder, el uso de la fuerza para intimidar, la persecución a opositores, la estigmatización del pensamiento diferente y el desprecio abierto por las instituciones democráticas– guarda peligrosos paralelismos con el surgimiento del fascismo en la Alemania de Hitler. No es un recurso retórico, ni una exageración alarmista: es una comparación obligada cuando se ven desfilar, en pleno siglo XXI, brazos alzados imitando el saludo nazi, esvásticas pintadas y discursos de odio promovidos desde el propio gobierno.
En la Alemania de los años 30, el Partido Nazi utilizó la crisis económica, el miedo y la desinformación para consolidar un poder autoritario. Hoy, en Ecuador, se recurre a métodos similares: el enemigo interno es el correísmo, el socialismo del siglo XXI, los movimientos indígenas y sindicales, los servidores públicos honestos y las instituciones que aún resisten la captura del poder. El objetivo es claro: eliminar todo obstáculo al control total del Estado.
2. La marcha: una puesta en escena peligrosa
La reciente marcha contra la Corte Constitucional no fue un acto ciudadano espontáneo. Fue una puesta en escena meticulosamente planificada por el gobierno, presidida por el propio presidente y sus ministros, respaldada por la fuerza pública, y promovida desde el aparato estatal con todos sus recursos. La gigantesca pancarta con los rostros de los jueces no fue una expresión de libertad de expresión, sino una táctica de señalamiento y amedrentamiento. En la Alemania nazi también se empezaba así: identificando públicamente a los “enemigos de la nación”, deslegitimando a las instituciones, hasta que el aparato represivo se encargaba del resto.
La movilización fue un ensayo de fuerza. El poder Ejecutivo no busca que se respeten sus leyes, sino imponerlas sin debate, sin control, sin crítica. La Corte Constitucional se convierte en su nuevo objetivo a destruir porque aún representa un dique institucional frente al desmantelamiento de la democracia. No es casualidad que se le acuse de proteger delincuentes o de ir contra la paz: es la misma lógica fascista de dividir al país entre “nosotros y los traidores”.
3. Control total, fascismo en ciernes
Este gobierno, encabezado por un presidente que se considera el nuevo líder mesiánico de las derechas, ha dejado en claro que no le basta con administrar el poder: quiere coparlo completamente. Ya ha logrado intervenir en la Asamblea, excluir candidatos, perseguir a opositores, influir en órganos electorales, y utilizar la justicia como arma política. Ahora va por la Corte Constitucional. El paso siguiente, como en toda deriva autoritaria, es eliminar el pluralismo político, eliminar los contrapesos, y convertir la Constitución en un simple adorno que se aplica cuando conviene.
Como en la Alemania nazi, se utiliza el Estado para criminalizar la protesta, declarar estados de emergencia de forma permanente y gobernar a punta de decretos. Las fuerzas armadas, que deberían ser obedientes al poder civil, actúan como actores políticos y guardianes del régimen. Se promueve la lógica del “enemigo interno”, se impone el miedo como mecanismo de control, y se vacía de contenido a la democracia, mientras los medios afines repiten el guion oficial.
4. La oligarquía y el capital cumpliendo su rol
El fascismo no surge en el vacío. Siempre ha contado con el apoyo de las élites económicas, que ven en el autoritarismo una forma de proteger sus intereses. Hoy, los grandes grupos bancarios, los medios concentrados, y las cámaras empresariales, apoyan esta deriva antidemocrática porque les garantiza impunidad, ganancias exorbitantes y control político. La represión les resulta un mal menor, siempre que se les permita seguir expatriando capitales, elevando las tasas de interés y privatizando lo público.
Mientras tanto, el Estado se desmantela: las escuelas, hospitales, vías, puertos, sistemas judiciales y de energía se deterioran. Pero eso no importa, porque la prioridad del régimen es destruir al correísmo y a todo lo que huela a redistribución, justicia social o derechos colectivos. Han dicho sin pudor que “aunque cueste la economía, hay que eliminar al correísmo”. Esa es la consigna fascista actual: sacrificar el bienestar del pueblo por la eliminación del enemigo político.
5. ¿Democracia o barbarie?
Lo que estamos viviendo no es un accidente ni un juego de jóvenes despistados. Es un proyecto de poder autoritario que se nutre del odio, la mentira, la represión y la impunidad. La historia nos muestra a dónde conduce este camino: al exterminio del disenso, a la eliminación del Estado de Derecho, al colapso social y al sufrimiento de los más pobres.
La democracia no es perfecta, pero es el sistema que permite el cambio pacífico, la inclusión, el respeto a los derechos y la diversidad política. Por eso debemos defenderla. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras se destruyen nuestras instituciones, se pisotea la Constitución y se empodera a una nueva versión criolla del fascismo.
6. Toma de conciencia y organización
Quienes creemos en la democracia, la justicia social, los derechos humanos y el Estado de Derecho, debemos tomar conciencia de lo que está en juego. No basta con indignarse. Es urgente organizarnos, movilizarnos, construir alternativas y defender con firmeza la Constitución, la institucionalidad, la independencia de funciones y la estabilidad democrática.
Como dijo Bertolt Brecht: «El fascismo no es algo que cae del cielo, es la consecuencia de que la democracia no haya sabido defenderse a tiempo.»
Con miedo gobiernan, con odio destruyen.
Hoy, estamos a tiempo. Mañana puede ser tarde.